La apnea del sueño es otra afección estrechamente relacionada con la hipoxemia. Consiste en pausas repetidas en la respiración durante el sueño, lo que provoca una disminución temporal de la disponibilidad de oxígeno durante la noche. Estas interrupciones pueden provocar sueño intranquilo, fatiga diurna y, en casos más graves, tensión cardiovascular. Además de los problemas respiratorios, factores del estilo de vida como el estrés crónico, el sedentarismo y las dietas ricas en azúcares refinados también pueden afectar negativamente la circulación del oxígeno. El estrés provoca una respiración superficial y rápida, lo que limita la ingesta de oxígeno. Los malos hábitos alimenticios, especialmente aquellos que carecen de nutrientes esenciales como hierro, vitamina B12, vitamina C y folato, reducen la capacidad del cuerpo para producir glóbulos rojos sanos o mantener un equilibrio adecuado del pH sanguíneo, ambos cruciales para un suministro eficiente de oxígeno.
Los síntomas de niveles bajos de oxígeno en sangre pueden variar ampliamente según la gravedad de la afección y el estado de salud individual. Las primeras señales de alerta suelen incluir dificultad para respirar, incluso durante un esfuerzo físico leve, así como aturdimiento, mareos o taquicardia. Las personas con hipoxemia también pueden experimentar debilidad muscular o calambres, especialmente durante actividades que requieren una mayor demanda de oxígeno. Otros signos incluyen sensación de pesadez o fatiga en las piernas al subir escaleras, uñas quebradizas o estriadas, y un tono azulado en la piel o los labios, una afección conocida como cianosis, que indica una privación grave de oxígeno. También pueden presentarse síntomas cognitivos como dificultad para concentrarse, mala memoria o fatiga mental persistente, ya que el cerebro es especialmente sensible a la reducción de los niveles de oxígeno.
Abordar la hipoxemia suele requerir una combinación de intervención médica y modificación del estilo de vida. Para quienes padecen afecciones respiratorias subyacentes, se pueden recetar medicamentos u oxigenoterapia suplementaria. Sin embargo, muchas personas pueden mantener niveles saludables de oxígeno de forma natural. Una dieta rica en nutrientes es fundamental: los alimentos ricos en hierro hemo, como el hígado, los mariscos y la carne roja magra, son especialmente eficaces para aumentar la producción de hemoglobina y mejorar la función de los glóbulos rojos. Las verduras de hoja verde, las legumbres y los cereales fortificados también aportan hierro no hemo, que, al combinarse con alimentos ricos en vitamina C, como las naranjas o los pimientos, mejora su absorción. La vitamina E, presente en alimentos como el aguacate, las semillas de girasol y las almendras, favorece la salud vascular y mejora la circulación, ayudando a que la sangre oxigenada llegue a los tejidos con mayor eficacia.
Reducir la ingesta de azúcares procesados y carbohidratos refinados también es fundamental. Un consumo elevado de azúcar puede alterar el equilibrio glucémico y los niveles de pH, lo que a su vez afecta el transporte y la utilización del oxígeno. La hidratación es otro factor importante: el agua ayuda a mantener un volumen y una viscosidad sanguíneos óptimos, lo que permite que el oxígeno circule de forma más eficiente por todo el cuerpo. El consumo regular de alimentos ricos en antioxidantes, como las bayas, el té verde y las verduras de hoja verde, protege las células del estrés oxidativo y promueve la eficiencia general del oxígeno.
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