Mi abuela falleció. En su testamento, no dejó su herencia a nadie.

Mi abuela falleció. En su testamento, no dejó su herencia a nadie. Ni siquiera a mí, que fui quien la cuidó en sus últimos años. La casa se convirtió en un campo de batalla, ya que los familiares se peleaban por las cosas más insignificantes. No pude soportarlo y me escapé al porche trasero.

Allí estaba Berta, la vieja perra de la abuela, sentada tranquilamente junto a la mecedora vacía. Se me partió el corazón al verla así, todavía leal, todavía esperando.

Acepté que la abuela no me había dejado nada y decidí llevarme a Berta a casa. Esa noche, mientras le ajustaba el collar, noté que algo no estaba bien. Le di la vuelta y me quedé paralizada.

La abuela había sido mucho más inteligente de lo que ninguno de nosotros había imaginado.