Abrí la puerta de mi hija adolescente y me quedé en shock al ver lo que estaba haciendo.

Cerré la puerta y me apoyé contra la pared, medio avergonzado y medio aliviado.

Fue entonces cuando me di cuenta de la frecuencia con la que los padres imaginan lo peor cuando la verdad es maravillosamente simple. No había ningún secreto, solo dos niños ayudándose mutuamente a aprender.