Pero era el día en que sus hijos y nietos la visitaban. —Hoy no —suplicó—. Quiero disfrutar del día con ellos. Prepararé un té. Probablemente sea solo líquido o algo así.
Llegó la familia, y aunque Rosa había elegido un vestido holgado, el cambio en su aspecto era imposible de ocultar. Sus hijos la bromearon cariñosamente sobre la posibilidad de que estuviera esperando otro bebé, pero Ader aprovechó el momento. Les explicó el dolor, la hinchazón y la obstinada negativa de su esposa a buscar ayuda. Mientras Rosa intentaba restarle importancia a sus preocupaciones, otra oleada de dolor la invadió, tan intensa que casi se desmaya. Su hijo mayor la sujetó justo a tiempo.
La familia estaba horrorizada y le suplicaba que fuera a urgencias. «Lo prometo», jadeó, respirando con dificultad para soportar el dolor. «Si esto no se me pasa para el final del fin de semana, iré».
Dos días después, la promesa se rompió y Ader estaba desesperado. El vientre de Rosa estaba ahora sorprendentemente hinchado, como el de una embarazada de nueve meses. Esa mañana la encontró en la cocina, preparando otro té potente con las hierbas de su jardín.
—Esto se acaba hoy —dijo Ader con voz firme y desesperada—. Te llevo al hospital, Rosa, quieras o no.
Mientras él la tomaba suavemente del brazo, un grito profundo y desgarrador resonó en la casa. Rosa se desplomó en sus brazos, temblando incontrolablemente. El dolor era distinto ahora: agudo, implacable y aterrador. Jadeó, agarrándose el estómago al sentir un poderoso cambio en su interior, algo vivo y desesperado por salir. Ader, pálido de miedo, le puso una mano en el vientre y retrocedió. Él también lo sintió. Un movimiento fuerte y definitivo bajo su piel.
“¡Oh, Dios mío, ¿qué es eso?”, gritó.El trayecto en coche fue un torbellino de agonía y miedo. Los gritos de Rosa resonaban desde la entrada del hospital mientras Ader aparcaba. Las enfermeras salieron corriendo con una camilla. «¡Tenemos a una mujer embarazada de parto!», anunció una de ellas, con los ojos muy abiertos al ver el abdomen de Rosa.
La doctora Elvira, una obstetra experimentada, tomó el mando. “¿De cuántas semanas está?”, preguntó con voz firme.
⏩continúa en la página siguiente⏩
