Si un tendón se eleva al tocar el pulgar con el meñique, esto es lo que podría significar.

Esta respuesta fisiológica no tiene ninguna utilidad práctica en nuestro estilo de vida actual. Más allá de recordarnos que deberíamos haber llevado un abrigo, los mamíferos modernos siguen mostrando esta tendencia innata. Por ejemplo, cuando hacen frío. Seguramente has visto a una paloma erizarse en un frío día de invierno, estirando sus plumas para mantenerse caliente. Si eso no es una prueba de la evolución, ¿qué lo es?

Además, cuando un animal se siente amenazado, como cuando asustas a un gato, su pelaje se eriza. Este mecanismo de defensa es una antigua adaptación diseñada para engañar a posibles atacantes creando la ilusión de un mayor tamaño.

Sin embargo, existe una característica que demuestra inequívocamente signos de evolución.

Una prueba evolutiva particularmente asombrosa se encuentra en nuestros brazos, especialmente en nuestros tendones. Los tendones han desaparecido evolutivamente en más del 10-15% de la población humana, lo que indica que aún estamos lejos del final de la evolución.

Página siguiente

Este tendón está conectado a un músculo ancestral llamado palmar largo, que los primates arborícolas, como los lémures y los monos, utilizaban principalmente para desplazarse de rama en rama. Dado que los humanos y los simios terrestres, como los gorilas, ya no dependen de este músculo ni de este tendón, ambas especies han perdido gradualmente esta función interna.

Sin embargo, la evolución sigue su propio ritmo —lento— y aproximadamente el 90 % de los humanos aún conservan este rasgo vestigio heredado de nuestros ancestros primates. Para determinar si posee este tendón, coloque el antebrazo sobre una mesa con la palma hacia arriba. Coloque el meñique junto al pulgar y levante ligeramente la mano de la superficie. Si observa una banda elevada en el centro de la muñeca, tiene un tendón conectado al palmar largo, que aún existe.

Si no se detecta este tendón, ¡se está demostrando un cambio evolutivo!
La presencia o ausencia de este tendón, de hecho, proporciona una fascinante conexión con nuestra herencia ancestral, ya que quienes lo poseen mantienen un vínculo visible con nuestro pasado evolutivo. Quienes carecen de este tendón también ofrecen evidencia tangible de la continua evolución humana.

Las formas en que nuestros cuerpos conservan evidencia de nuestra historia evolutiva siguen asombrándonos. Es interesante cómo nuestras características físicas, incluso aquellas que parecen insignificantes o anticuadas, pueden ofrecer información valiosa sobre nuestra historia evolutiva.