Durante los siguientes días, lo observé de otra manera. Su repentina dulzura, su atención al aseo, sus respuestas evasivas… todo encajaba. Dejé de culparme. Dejé de preguntarme qué me faltaba. En cambio, comencé a recuperar las partes de mí que había dejado de lado.Reuní documentos importantes. Protegí mi dinero. Tomé decisiones firmes y meditadas. Cada paso se sentía como un retroceso a mi propia fuerza, a alguien a quien había ignorado durante demasiado tiempo.
Cuando finalmente le dije que quería el divorcio, se quedó atónito. Insistió en que no había hecho nada malo. Pero no necesitaba que admitiera nada. No buscaba excusas ni disculpas. Buscaba una salida.
Alejarme fue difícil. Pero fue el momento en que elegí la honestidad sobre la negación, la dignidad sobre la simulación. Y una vez que tomé esa decisión, todo empezó a cambiar.
