Una segunda fotografía, desgastada y descolorida, se deslizó por el suelo. En ella, una Emily mucho más joven estaba sentada en una cama de hospital, acunando a un recién nacido envuelto en una manta rosa. Su rostro reflejaba una mezcla de agotamiento y un amor intenso. Mark la miró atónito; él y Emily nunca habían tenido hijos. Años de tratamientos de fertilidad fallidos y desengaños amorosos habían afianzado esta dolorosa realidad.
Entonces, ¿quién era el bebé de la foto?
En el reverso de la fotografía, con una letra temblorosa que reconoció como la de Emily, estaban las palabras: “Mamá siempre te querrá”. Debajo, un número de teléfono.A pesar del temblor en sus manos y la hora tardía, Mark llamó al número.
Una mujer contestó con voz suave y cautelosa. Mark se presentó y explicó lo que había descubierto. Hubo una larga pausa, y entonces la mujer, Sarah, pronunció unas palabras que lo dejaron helado: «Llevo años esperando esta llamada».
Mark reveló que Emily había estado ausente, y Sarah respondió con profunda tristeza. Luego dijo algo aún más irritante: había adoptado a la hija de Emily, Lily.
Todo a su alrededor pareció desvanecerse. —¿Su hija? —preguntó, esforzándose por comprender.
Sarah explicó con dulzura
Emily tenía diecinueve años y era estudiante de primer año de universidad cuando dio a luz. Sabía que no podría criar a la niña y tomó la desgarradora decisión de darla en adopción. Sarah, quien había acogido a Lily, le aseguró a Mark que Emily lo había hecho por amor. Nunca había olvidado a su hija. Y Lily, ya adulta, conocía a su madre biológica.
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