En la vejez, uno no necesita amigos, hijos ni marido o mujer, sino estas cuatro cosas

Crecemos creyendo que la felicidad siempre vendrá de los demás: una pareja, hijos cariñosos, amigos leales. Y entonces, un día, la vida nos enseña que estos pilares, por muy valiosos que sean, pueden desvanecerse o cambiar. Los niños construyen su propio mundo, las relaciones cambian, algunos amigos se van, otros se desvanecen lentamente… Entonces, ¿qué nos queda?
A medida que la calma reemplaza la agitación y las prioridades cambian, se hace evidente que lo que realmente nos sostiene ya no proviene del exterior. Son recursos internos que aprendemos a cultivar y cuidar, como un jardín secreto. Aquí están las cuatro verdaderas fortalezas que marcan la diferencia en la vejez.

Aprendiendo a estar solo… sin sentirme abandonado

La soledad no es necesariamente sinónimo de vacío o tristeza. Al contrario, puede convertirse en un espacio de paz, libertad e introspección. Estar en paz contigo mismo es como aprender a saborear una buena taza de té en silencio, escuchar el canto de los pájaros o caminar sin rumbo, simplemente por placer.

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