Nunca me llamaron por mi nombre.
Solo “tú”.
Durante diez años.
Pero la noche en que su hija agonizaba…
Cuando nadie más en la familia pudo salvarla…
Se volvieron hacia la chica del fondo.
La que fregaba sus pisos.
Lavaba su ropa.
Dormía junto a cubos.
Y lloraba en silencio.
Esa noche en el hospital, no necesitaron una criada.
Me necesitaban a mí.
Tenía 15 años cuando llegué al hogar Okonjo en Ikoyi.
Puertas grandes. Reglas estrictas.
Gente corpulenta que apenas me miraba.
“No toques nada del refrigerador”.
“No hables cuando la señora esté de pie”. “No llames a Ogechi tu compañera; es la hija. Tú eres la ayuda.”
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